viernes, 25 de septiembre de 2020

CRÓNICA DE LOS ENCUENTROS, la cocina del AUDIOLIBRO y canciones de ALONSO /Entrada 15

Esta Entrada incluye:

* Crónica de las travesías

* Anécdotas de la convivencia

* Fotos de algunos momentos del compartir

* Audio de Pueblito de Iruya (uno de los temas que más les gustó cantar a todos los grupos)



Hoy quiero dejar algo de lo que pude ir registrando en los viajes a las escuelas. 

Nunca será tan transformador y vital como la experiencia misma de haber compartido con cada comunidad (maestros, niños, cocineros, porteros, familias) esos días que pasé en cada una de las escuelas, donde me recibieron con hospitalidad muy entrañable y a las que siempre agradeceré haber podido llegar, pese a lo difícil y esforzado de muchas de las travesías.

Quienes han recorrido los caminos de a pie que conectan la quebrada con los valles de Jujuy saben por experiencia que la niebla, la puna, el desconocimiento de la geografía, el agotamiento físico, tantas cosas se viven en estos recorridos.

Al llegar a las escuelas , luego de una noche de descanso, ya todo comienza a recuperar el sentido que pudiera haber perdido por semejante esfuerzo el día del viaje.

Quiero compartir con ustedes dos anécdotas que me sucedieron, y me marcaron para el resto del viaje


Viaje de regreso desde Abramayo

El trayecto Tilcara Abramayo es muy largo, no sé si no el más largo de todos los que realicé (junto con El Durazno). Depende la persona, pero a mí me llevo llegar 14 horas y eso tenia que calcular para el regreso. Al ir siempre iba acompañada de mi baquano, Gustavo Portela (gracias!!!)  y en general como el camino estaba bien marcado, él se volvía al día siguiente y yo volvía sola luego de 2 o 3 días de trabajo en la escuela. Así lo decidí en esa oportunidad, y al llegar el día de la partida salí en la madrugada, aproximadamente a las 5 am, pues ya pintaba la claridad y el primer trecho era bien tranquilo.

Mis piernas eran mucho más jovenes, y llevaba en mí todo lo vivido con los chicos, y los maestros, bajo la dirección de una directora de lujo que tenía la escuela de Abramayo en ese momento, Concepción Ayarde, a quien admiro profundamente y de corazón por su trabajo, su pasión y su ideología como pedagoga.

Llevaba fruta, agua, coca, sanguches que me ofrecieron en la escuela, y la caminata se fue haciendo casi sola, pero a las 8 o 9 horas de marcha, hay una subida laaarga hacia el Abra de Punta Corral. Ya el cansancio estaba queriendo detenerme, y los pies se movían lento lento. Mis anteriores travesías  me habían enseñado que si paraba, era sólo por un breve ratito (si no se enfriar el cuerpo). Otra estrategia es seguir, seguir, aquietando el ritmo, muuuy lento pero no parar. 

Intentaba convencerme de seguir alguna de estas estrategias , pero no estaban funcionando. Me di cuenta que había algo extraño. El aire más denso. La luz mas desenfocada. Mareo. Y tuve que resignarme a detenerme sin saber cómo continuar, a riesgo de caer (luego me enteraría que justo ese lugar es conocido por ser notablemente punoso, y eso explicaría lo inexplicable de lo que sentí)

Me quedé muy quieta, mirando al rededor, respirando. Sin nada más que ese estar. 

Pasaba el tiempo y no reaccionaba. La duda sobre la capacidad de mi cuerpo de rearmarse, lo lejos que estaba de toda población, y el cansancio empezaron a angustiarme. El tiempo pasaba.

Fue entonces que escuché. Lejos, lejos, una vicuña. Nunca había escuchado el sonido que hacen. Era una solita, no estaba comunicándose con otras. Se movía hacia el cerro donde yo estaba, pero tranquila, sin correr. Comencé a contestarle, sí, pues estoy segura que me hablaba a mí, no había absolutamente nadie mas  kilómetros a la redonda. Grité, también ella, cuatro  o cinco veces, con silencios en el medio. Me iba volviendo esa energía que es la confianza , finalmente, en que las cosas saldrían bien. Se acercó un poco más, nunca voy a olvidarla. El cuerpo se tonificaba en la conversación. Y sin pensarlo, me puse de pie, y le agradecí. Y ahí se fue. Así como había aparecido desapareció. No tengo ninguna duda que vino a ayudarme. Retomé el camino, más tranquila, dueña de esa confianza que me habia transmitido ese ser. Y pude llegar a Tilcara mucho antes de lo pensado, feliz y agradecida. Conmovida en mi relación con lo no humano. Definitivamente agradecida a los seres naturales, a su presencia, a su acompañamiento y tutela cuando ya no hay nada nada más.




 

Viaje de ida hacia Caspalá

La visita a la escuela de Caspalá la hice cuando aun no se podía llegar en combi. Se viajaba hasta Santa Ana desde Humahuaca (saliendo 5 am) y de ahi una hora más y te dejaban en un lugar desde donde habia que seguir caminando.

Como parecía por lo que me comentaban bastante sencillo llegar, me animé a encarar el viaje sola. No voy tan cargada en las travesias, charango, abrigo, gorro, minidisc, cuadernillos para los chicos, todo en una mochila mediana. 

Bajamos en el punto final del recorrido de la combi, donde habia un campamento pequeño de VIalidad, pues estaban construyendo ese tramo final del camino. Bajó tambien una doña, viejecita, y empezamos a caminar por la senda que me había indicado el chofer. Se escuchó el estruendo de que estaban dinamitando para continuar el trazado de la ruta de vehiculos hacia Caspalá.

La señora caminaba rápido para mi ritmo, charlabamos y le conté que iba a la escuela. Intenté seguirla un tiempo, y luego, tranquila pues se veia perfectamente la senda, le dije que no se preocupara, que yo iba a ir más lento y que nos veiamos allá. 

Paré un ratito a descansar y la vi perderse rápidamente. Retomé, un rato , y de repente desapareció la senda. Desapareció, como si hubiera cerrado los ojos y al abrirlo estaba en el centro de algo que no conducía a ningun lado.

Probé varias direcciones a ver si encontraba pistas de que reaparecia la senda pero nada de nada. absolutamente nada. Decidí subir un cerro cercano, para ver si veia la escuela y podia orientarme al menos hacia donde empezar a caminar. Subí y subí sin darme cuenta que estaba complicando la historia. Vi la escuela. No estaba lejos! El problema fue intentar bajar por donde nunca debí haber subido. Me cai y rodé feo, un trecho de la ladera por donde había trepado, me golpeé las piernas, manos, tanto que se rompió mi pantalón en las rodillas, sangraba. Me podría haber quebrado. Quedé quieta quieta, sin poder bajar ni subir.

Esperando. Sin animarme a continuar. Pensando qué pasaría. Escuché voces, dos changos de aproximadamente 15 o 17 años pasaban caminando remil cargados, rapidísimo en dirección a la escuela. Me vieron y gritaron: ¿Qué hace ahí? ¿uste es la maestra de música?? ¿Cómo se le ocurre subirse por ahí??

Sabían (todo Caspalá sabía) que yo llegaría ese día, y me ayudaron a bajar mientras me retaban, que cómo iba a subir a ese cerro, que me podría haber lastimado feo, me sentía como una alumnita pequeña que había hecho una travesura grande, y ellos mis maestros. Me dijeron si quería que me esperaran, pues yo caminaba lento, pero como ya la senda ahora sí se veía perfecto, les agradecí de corazón, y me volvió el alma al cuerpo. Muy maltrecha, pero con la confianza entera otra vez, me esperaba solamente una hora más, que camine muy lentamente hasta llegar a uno de los lugares más hermosos que conocí en toda la provincia, con unos niños que nuuunca voy a terminar de agradecer también haber compartido la música de la manera en que lo hicimos. Pareciera que es así nomás. 

Esas son las rutas que caminan los maestros rurales cada mes en la provincia de Jujuy.

FOTOS










AUDIOS

CANCIONES DE ALONSO

No hay comentarios:

Publicar un comentario